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El Pensamiento Lógico de Sherlock Holmes (página 2)



Partes: 1, 2, 3

– ¿Pero por qué "Douglas" y
"Birlstone"?

– Obviamente porque dichas palabras no están en
la página en cuestión.

………

"- Veamos si lo podemos acortar. A la par que concentro
mi mente en ello, éste se vuelve en algo un poco menos
impenetrable. ¿Qué indicaciones tenemos acerca de
este libro?

– Ninguna.

– Bueno, bueno, seguramente no es tan malo como eso. El
mensaje comienza con un gran 534, ¿no es así?
Podemos tomar como una hipótesis que el 534 es la
página en particular a la que el cifrado se refiere.
Así, nuestro libro se ha convertido en un gran libro, que
ya es algo. ¿Qué otras indicaciones tenemos sobre
la naturaleza de este gran libro? El siguiente signo es C2.
¿Qué saca de eso, Watson?

– Segundo capítulo, sin duda.

– Eso es muy difícil, Watson. Usted, estoy
seguro, estará de acuerdo conmigo en que si se nos ha dado
la página, el número del capítulo ya no
tiene relevancia. También que si la página 534
recién está en el segundo capítulo, la
longitud de la primera debe ser bastante intolerable.

– Columna – exclamé.

– Brillante, Watson. Está muy despierto esta
mañana. Si no significa columna, entonces estoy
completamente engañado. Ahora, ve usted, comenzamos a
vislumbrar un gran libro, impreso en columnas dobles que son de
considerable extensión, pues una de las palabras
está indicada en documento como la doscientos noventa y
tres. ¿Ya hemos llegado a los límites que la
razón nos puede proveer?

…..

"- Así, hemos reducido nuestro campo a un libro
extenso, impreso en dobles columnas y de uso
cotidiano.

– ¡La Biblia! – pronuncié
triunfante.

– ¡Bien, Watson, bien! ¡Aunque no, si puedo
decirlo, lo suficiente! No podría nombrar otro volumen que
se asociara tan poco con los hombres de Moriarty. Además,
las ediciones de las Sagradas Escrituras son tan numerosas que
difícilmente supondrá que dos copias tendrán
los mismos números de página. Éste es
claramente un libro que está estandarizado. Da por seguro
que su página 534 se corresponderá con mi
página 534.

– Pero pocos libros tienen esas
características.

– Exacto. He ahí nuestra salvación.
Nuestra búsqueda se ha reducido a libros estandarizados
que cualquiera puede tener.

– ¡Bradshaw!

– Hay ciertas dificultades, Watson. El vocabulario de
Bradshaw es nervioso y lacónico, limitado. La
selección de palabras vagamente se prestaría para
enviar mensajes generales. Eliminaremos Bradshaw. El diccionario
es, me temo, inadmisible por la misma razón.
¿Qué es lo que queda?

– ¡Un almanaque!

– ¡Excelente, Watson! Hubiera estado equivocado si
no hubiera tocado con ese punto. ¡Un almanaque!
Consideremos los servicios del Whitaker"s Almanac. Es de uso
común. Tiene el número de páginas requerido.
Está en dos columnas. Aunque reservado en su vocabulario
al inicio, se convierte, si mal no recuerdo, en algo muy locuaz
hacia el final – cogió el volumen de su carpeta -. He
aquí, página 534, segunda columna, una substancial
columna sobre las relaciones de estampados, me parece, con el
comercio y recursos de la India Británica. ¡Apunte
las palabras, Watson! El número trece es "Mahratta". Me
temo que no es un comienzo muy prometedor. Número ciento
veintisiete es "Gobierno", lo que al menos tiene sentido, aunque
algo irrelevante para nosotros y el profesor Moriarty. Ahora,
intentemos de nuevo. ¿Qué es lo que hace el
Gobierno de Mahratta? La siguiente palabra es "cerdas".
¡Estamos acabados, mi querido Watson! ¡Se
terminó!

Había hablado en sentido burlón, pero la
contracción de sus pobladas cejas anunciaba su
decepción e irritación. Me senté sin poder
ayudar y descontento, observando el fuego. Un largo silencio fue
roto por una súbita exclamación de Holmes, que
corrió al armario del que emergió con un segundo
volumen color amarillo en su mano.

– ¡Pagamos el precio, Watson, por están tan
al corriente con las fechas! – exclamó -. Lo estamos, y
sufrimos los castigos usualmente. Siendo sólo el 7 de
enero, hemos confiado a ciegas en el nuevo almanaque. Es muy
probable que Porlock tomara su mensaje del anterior. No hay duda
de que nos lo habría dicho de haber escrito su nota de
explicación. Ahora veamos que nos aguarda la página
534. Número trece es "Hay", lo que es mucho más
prometedor. Número ciento veintisiete es "un". "Hay un" –
los ojos de Holmes brillaban de excitación y sus delgados
y nerviosos dedos temblaban mientras pronunciaba las palabras.
"Peligro", ¡Ha, ha! ¡Importante! Ponga eso, Watson.
"Hay" "un" "peligro" "puede" "venir" "muy" "pronto""uno". Luego
tenemos el nombre "Douglas" "rico" "hombre del campo" "ahora"
"en" "Birlstone" "House" "Birlstone" "confidencia" "es" "urgente"
("There" "is" "danger" "may" "come" "very" "soon" "one" "Douglas"
"rich" "country" "now" "at" "Birlstone" "House" "Birlstone"
"confidence" "is" "pressing"). ¡Lo tenemos, Watson!
¿Qué piensa de la razón pura y su fruto? Si
el tendero tuviera algo así como una corona de laureles,
debería enviar a Billy inmediatamente por una.

Me quedé mirando fijamente el mensaje que
había garabateado, mientras él lo descifraba, en
una hoja de papel oficio en mi rodilla.

– ¡Qué rara y enmarañada manera de
expresar su significado! – dije."[11]

Así es que aquí te dejo con el curso de
Lógica que Holmes quiso escribir, pero que Watson
embelleció para el gran público.

El pensamiento
lógico de Sherlock Holmes

"Para Sherlock Holmes ella es siempre la mujer. Rara vez
he oído que la mencione por otro nombre. A sus ojos, ella
eclipsa al resto del sexo débil. No es que haya sentido
por Irene Adler una emoción que pueda compararse al amor.
Todas las emociones, y ésa particularmente, son opuestas a
su mente fría, precisa, pero admirablemente equilibrada.
Es, puedo asegurarlo, la máquina de observación y
razonamiento más perfecta que el mundo ha visto;
pero…

………

"Entonces se puso de pie frente al fuego y me
miró con el detenimiento tan peculiar de
él.

-El matrimonio le sienta bien -me dijo-. Creo, Watson,
que ha aumentado unas siete libras y media desde que no nos
vemos.

-Siete -contesté yo.

-Debí haber pensado un poco más antes de
decir eso… Y veo que está ejerciendo de
nuevo.

No me había dicho que intentaba dedicarse a su
profesión.

-Entonces, ¿cómo lo sabe?

-Lo veo, lo deduzco. ¿Cómo sé que
se ha estado exponiendo mucho a la lluvia últimamente y
que tiene una criada torpe y descuidada?

-Mi querido Holmes -protesté yo-, esto es
demasiado. Si hubiera vivido hace unos siglos, habría
muerto en la hoguera por brujería. Es cierto que el jueves
salí a dar un paseo por el campo y llegué a casa
empapado; pero me he cambiado de ropa y no puedo imaginarme
cómo deduce esto.

En cuanto a Mary Jane, es incorregible y mi esposa la ha
despedido; tampoco imagino cómo logró
adivinarlo.

Holmes sonrió para sí y se frotó
las manos largas y nerviosas.

-Es la simplicidad misma. Mis ojos me dicen que en la
parte exterior de su zapato izquierdo, exactamente donde alumbra
mejor la luz, la piel está raspada toscamente en seis
lugares, trazando rayas paralelas. Obviamente esto ha sido
causado por alguien que trató de quitar el lodo que
cubría el zapato, pero lo hizo con positiva torpeza, sin
cuidado alguno. De ahí mi doble deducción de que se
expuso a la lluvia y de que tiene un espécimen en
particular incompetente de la maligna servidumbre londinense. En
cuanto al ejercicio de su profesión, si un caballero entra
en esta habitación oliendo a yodoformo, con una mancha
negra de nitrato de plata en el índice derecho y una
prominencia a un lado del sombrero de copa, mostrando
dónde ha escondido su estetoscopio, necesitaría ser
muy tonto para no declararlo miembro activo de la
profesión médica.

Pude evitar echarme a reír por la facilidad con
que explicaba sus deducciones.

-Cuando le oigo exponer sus razonamientos
-comenté-, la cuestión me parece siempre tan
ridículamente simple, que me siento seguro de que
podría haber hecho fácilmente las mismas
deducciones que usted. Sin embargo, a cada nuevo caso que se me
presenta de sus aparentemente extraños poderes, me siento
desconcertado hasta que me explica el proceso que siguió.
Y no obstante, creo tener tan buenos ojos como usted.

-Es posible -contestó encendiendo un cigarrillo y
dejándose caer en un sillón-. Usted ve, pero no
observa. La distinción es perfectamente clara. Por
ejemplo, usted ha visto con frecuencia la escalera que conduce
del vestíbulo a esta habitación.

-Ciertamente.

– ¿Cuántas veces?

-Bueno, varios centenares de ocasiones.

-Entonces, podrá decirme cuántos
hay.

– ¿Cuántos escalones? No
sé.

-¿Ahora comprende? Usted no ha observado, a pesar
de haber visto. Eso es lo que quería decirle. Ahora bien,
yo sé que hay diecisiete escalones, porque he visto y he
observado. "[12]

"La mirada despierta de Sherlock Holmes me
sorprendió en mi tarea, y mi amigo movió la cabeza,
sonriéndome, en respuesta a las miradas mías
interrogadoras:

-Fuera de los hechos evidentes de que en tiempos estuvo
dedicado a trabajos manuales, de que toma rapé, de que es
francmasón, de que estuvo en China y de que en estos
últimos tiempos ha estado muy atareado en escribir no
puedo sacar nada más en limpio.

El señor Jabez Wilson se irguió en su
asiento, puesto el dedo índice sobre el periódico,
pero con los ojos en mi compañero.

-Pero, por vida mía, ¿cómo ha
podido usted saber todo eso, señor Holmes?
¿Cómo averiguó, por ejemplo, que yo he
realizado trabajos manuales? Todo lo que ha dicho es tan verdad
como el Evangelio, y empecé mi carrera como carpintero de
un barco.

-Por sus manos, señor. La derecha es un
número mayor de medida que su mano izquierda.

Usted trabajó con ella, y los músculos de
la misma están más desarrollados.

-Bien, pero ¿y lo del rapé y la
francmasonería?

-No quiero hacer una ofensa a su inteligencia
explicándole de qué manera he descubierto eso,
especialmente porque, contrariando bastante las reglas de vuestra
orden, usa usted un alfiler de corbata que representa un arco y
un compás.

-¡Ah! Se me había pasado eso por alto. Pero
¿y lo de la escritura?

-Y ¿qué otra cosa puede significar el que
el puño derecho de su manga esté tan lustroso en
una anchura de cinco pulgadas, mientras que el izquierdo muestra
una superficie lisa cerca del codo, indicando el punto en que lo
apoya sobré el pupitre?

-Bien, ¿y lo de China?

-El pez que lleva usted tatuado más arriba de la
muñeca sólo ha podido ser dibujado en
China.

Yo llevo realizado un pequeño estudio acerca de
los tatuajes, y he contribuido incluso a la literatura que trata
de ese tema. El detalle de colorear las escamas del pez con un
leve color sonrosado es completamente característico de
China. Si, además de eso, veo colgar de la cadena de su
reloj una moneda china, el problema se simplifica aún
más.

El señor Jabez Wilson se rió con risa
torpona, y dijo:

-¡No lo hubiera creído! Al principio me
pareció que lo que había hecho usted era una cosa
por demás inteligente; pero ahora me doy cuenta de que,
después de todo, no tiene ningún
mérito.

-Comienzo a creer, Watson -dijo Holmes-, que es un error
de parte mía el dar explicaciones. Omne ignotum pro
magnifico, como no ignora usted, y si yo sigo siendo tan ingenuo,
mi pobre celebridad, mucha o poca, va a naufragar. ¿Puede
enseñarme usted ese anuncio, señor
Wilson?"[13]

"Mientras Holmes hablaba, dieron unos golpes en la
puerta, y entró el botones para anunciar a la
pequeña silueta negra detrás de aquél, a la
manera de un barco mercante con todas sus velas desplegadas
detrás del minúsculo bote piloto. Sherlock Holmes
la acogió con la espontánea amabilidad que lo
distinguía. Una vez cerrada la puerta y después de
indicarle con una inclinación que se sentase en un
sillón, la contempló de la manera minuciosa, y sin
embargo discreta, que era peculiar en él.

-¿No le parece -le dijo Holmes- que es un poco
molesto para una persona corta de vista como usted el escribir
tanto a máquina?

-Lo fue al principio -contestó ella-, pero ahora
sé dónde están las letras sin necesidad de
mirar.

De pronto, dándose cuenta de todo el alcance de
sus palabras, experimentó un violento sobresalto, y al
mirar con temor y asombro a la cara ancha y de expresión
simpática.

-Usted ha oído hablar de mí, señor
Holmes -exclamó-. De otro modo, ¿cómo
podía saber eso?

-No le dé importancia -le dijo Holmes,
riéndose-, porque la profesión mía consiste
en saber cosas. Es posible que yo me haya entrenado en fijarme en
lo que otros pasan por alto. Si no fuera así,
¿qué razón tendría usted para venir a
consultarme?

-Vine a consultarle, señor, porque me
habló de usted la señora Etherege, el paradero de
cuyo esposo descubrió usted con tanta facilidad cuando la
policía y todo el mundo lo había dado por muerto.
¡Ay señor Holmes, si usted pudiera hacer eso mismo
para mí! No soy rica, pero dispongo de un centenar de
libras al año de renta propia, además de lo poco
que gano con la máquina de escribir, y daría todo
ello por saber qué ha sido del señor Hosmer
Angel.

-¿Por qué salió a la calle con tal
precipitación para consultarme? -preguntó Sherlock
Holmes, juntando unas con otras las yemas de los dedos de sus
manos, y con vista fija en el techo.

También ahora pasó una mirada de
sobresalto por el rostro algo inexpresivo de la señorita
Mary Sutherland, y dijo ésta:

-En efecto, me lancé fuera de casa, como
disparada, porque me irritó el ver la tranquilidad con que
lo tomaba todo el señor Windibank, es decir, mi padre. No
quiso ir a la Policía, ni venir a usted y, por
último, en vista de que él no hacía nada y
de que insistía en que nada se había perdido, me
salí de mis casillas, me vestí de cualquier manera
y vino derecho a visitar a usted.

……..

-Esta moza constituye un estudio muy interesante
-comentó-. Ella me ha resultado más interesante que
su pequeño problema, el que, dicho sea de paso, es
bastante trillado. Si usted consulta mi índice,
hallará casos paralelos: en Andover, el año setenta
y siete, y algo que se le parece ocurrió también en
La Haya el año pasado.

Sin embargo, por vieja que sea la idea, contiene uno o
dos detalles que me han resultado nuevos. Pero la persona de la
moza fue sumamente aleccionadora.

-Me pareció que observaba usted en ella muchas
cosas que eran completamente invisibles para mí.- le hice
notar.

-Invisibles no, Watson, sino inobservadas. Usted no supo
dónde mirar, y por eso se le pasó por alto todo lo
importante. No consigo convencerle de la importancia de las
mangas, de lo sugeridoras que las unas de los pulgares, de los
problemas cuya solución depende de un cordón de los
zapatos. Veamos ¿Qué dedujo usted del aspecto
exterior de esa mujer? Descríbamelo.

-Llevaba un sombrero de paja, de alas anchas y de color
pizarra, con una pluma de color rojo ladrillo. Su chaqueta era
negra, adornada con abalorios negros y con una orla de
pequeñas cuentas de azabache. El vestido era color
marrón, algo más oscuro que el café, con una
pequeña tira de felpa púrpura en el cuello y en las
mangas. Sus guantes tiraban a grises, completamente desgastados
en el dedo índice de la mano derecha. No me fijé en
sus botas. Ella es pequeña, redonda, con aros de oro en
las orejas y un aspecto general de persona que vive bastante
bien, pero de una manera vulgar, cómoda y sin
preocupaciones.

Sherlock Holmes palmeó suavemente con ambas manos
y se rió por lo bajo.

-Por vida mía, Watson, que está usted
haciendo progresos. Lo ha hecho usted pero muy bien. Es cierto
que se le ha pasado por alto todo cuanto tenia importancia, pero
ha

Dado con el método, y posee una visión
rápida del color. Nunca se confíe a impresiones
generales, muchacho, concéntrese en los detalles. Lo
primero que yo miro son las mangas de una mujer. En el hombre
tiene quizá mayor importancia la rodillera del
pantalón.

Según ha podido usted advertir, esta mujer
lucía felpa en las mangas, y la felpa es un material muy
útil para descubrir rastros. La doble línea, un
poco más arriba de la muñeca, es donde las
mecanógrafa hace presión contra la mesa, estaba
perfectamente marcada. Las máquinas de coser movidas a
mano dejan una señal similar, pero sólo sobre el
brazo izquierdo y en la parte más alejada del dedo pulgar,
en vez de marcarla cruzando la parte más ancha, como la
tenía ésta. Luego miré a su cara, y
descubrí en ambos lados de su nariz la señal de
unas gafas a presión, todo lo cual me permitió
aventurar mi observación sobre la cortedad de vista y la
escritura, lo que pareció sorprender a la
joven.

-También me sorprendió a
mí.

-Sin embargo, era cosa que estaba a la vista. Me
sorprendió mucho después eso, y me interesó,
al mirar hacia abajo, el observar que llevaba no eran de distinto
número, sí que eran desparejas, porque una
tenía la puntera con ligeros adornos, mientras que la otra
era lisa. La una tenía abrochados únicamente los
dos botones de abajo (eran cinco), y la otra los botones primero,
tercero y quinto. Pues bien: cuando una señorita joven,
correctamente vestida en todo lo demás, ha salido de su
casa con las botas desparejas y a medio abrochar, no significa
gran cosa el deducir que salió con mucha
precipitación.

-¿Y qué más? -le pregunté,
vivamente interesado, como siempre me ocurría, con los
incisivos razonamientos de mi amigo.

-Advertí, de pasada, que había escrito una
carta antes de salir de casa, pero cuando estaba ya completamente
vestida. Usted se fijó en que el dedo índice de la
mano derecha de su guante estaba pero no se fijó, por lo
visto, en que tanto el guante como el dedo estaban manchados de
tinta violeta. Había escrito con mucha prisa, y
había metido demasiado la pluma en el tintero. Eso
debió de ocurrir esta mañana, pues de lo contrario
la mancha de tinta no estaría fresca en el dedo. Todo esto
resulta divertido, aunque sea elemental, Watson, pero es preciso
que vuelva al asunto. ¿Tiene usted inconveniente en leerme
la descripción del señor Hosmer Angel que se da en
el anuncio?"[14]

. "-Los hechos son tan evidentes que la solución
del caso le reportará poca fama a usted- le
dije.

-No hay nada más engañador que un hecho
evidente -me contestó riendo-. Además, tal vez
tengamos la oportunidad de ver otros hechos evidentes que no le
habrán resultado así al señor Lestrade. De
sobra me conoce usted para creer que alardeo cuando digo que
confirmaré o destruiré su teoría
valiéndome de medios que él es totalmente incapaz
de emplear e inclusive de comprender. Para citar el primer
ejemplo que tengo a mano, percibo con claridad que la ventana de
su dormitorio, Watson, está a su derecha y me pregunto si
Lestrade se habría dado cuenta de algo tan evidente como
eso.

-¿Cómo diablos…?

-Mi querido amigo, lo conozco a usted bien. Sé la
pulcritud militar que lo caracteriza. Usted se afeita todas las
mañanas y en esta época lo hace a la luz del
día. Pero veo que el lado izquierdo de su cara está
menos bien afeitado que el derecho, lo que significa que esa
mejilla recibió menos luz que la otra. Lo digo a manera de
ejemplo trivial de observación y deducción. En eso
consiste mi oficio y es posible que pueda servirme de utilidad en
la investigación que voy a llevar a cabo. En el informe
policial hay uno o dos puntos de menor importancia que
valdrá la pena tener en cuenta.

………

Demoramos unos diez minutos hasta llegar al coche, el
cual nos condujo de vuelta a Ross. Holmes llevaba consigo la
piedra que había recogido en el bosque.

-Acaso le interese esto, Lestrade -comentó,
mostrándole la piedra-. Con ella se cometió el
crimen.

-No veo ninguna marca.

-No las tiene.

-Entonces, ¿cómo lo sabe?

-Debajo de ella crecía aún la hierba; por
lo tanto, hacía pocos días que estaba ahí.
No había señal alguna del lugar donde fue recogida.
Dada la naturaleza de las heridas, fue con una piedra así
que se cometió el crimen. Además, no hay rastros de
otra arma.

-¿Y el asesino?

-Es un hombre alto, zurdo, cojea del pie derecho, calza
botas de caza de suela gruesa, usa capa gris, fuma cigarros de la
India y lo hace con boquilla y lleva en el bolsillo un
cortaplumas sin filo. Hay otras señales, pero éstas
tal vez basten para nuestra pesquisa.

Lestrade lanzó una carcajada, y dijo:

-Sigo siendo incrédulo. Todas las teorías
son buenas, pero nosotros tenemos que enfrentarnos con un jurado
británico testarudo.

-Nous verrons -contestó con calma Holmes-. Siga
usted sus propios métodos y yo seguiré los
míos. Estaré ocupado esta tarde y posiblemente
regrese a Londres en el tren de la noche.

…….

-Vayamos entonces a nuestra expedición de hoy.
Del examen que hice del terreno, saqué los insignificantes
detalles que le di a Lestrade, en lo que a la personalidad del
asesino se refiere.

– Pero, ¿cómo los obtuvo?

-Conoce usted mi método. Se funda en la
observación de minucias.

-La altura pudo usted calcularla aproximadamente por el
ancho de los pasos. También pudo deducir las botas que
usaba por las huellas que dejó impresas en el
suelo.

-Sí, eran unas botas muy especiales.

-Pero, ¿y su cojera?

-Las huellas del pie derecho se notaban menos que las
del izquierdo, lo que significaba que se apoyaba sobre ese pie
con menos peso. ¿Por qué? Pues porque era
cojo

-¿Y cómo dedujo que era zurdo?

-A usted mismo lo sorprendió la índole de
la herida, de acuerdo con el informe suministrado por el cirujano
en la investigación. El golpe fue dado de cerca y por
detrás, sobre el lado izquierdo. ¿Cómo
podría haber sido así de no ser zurdo el atacante?
El asesino se mantuvo oculto detrás del árbol
mientras duró la entrevista entre padre e hijo. Inclusive
fumó durante ese lapso. Encontré ceniza de un
cigarro. Con mi especial conocimiento sobre tabacos, pude
establecer que se trataba de un cigarro de la India. Como usted
sabe, he dedicado cierta atención a este asunto y escrito
una breve monografía sobre las cenizas de unas ciento
cuarenta variedades diferentes de tabaco para pipa, cigarros y
cigarrillos. Después de haber encontrado la ceniza me
fijé alrededor y descubrí la colilla que
había arrojado. Se trataba de un cigarro de la India, de
la variedad que se prepara en Rotterdam.

-¿Y lo de la boquilla?

-Vi que el asesino no se había puesto el cigarro
en la boca; por lo tanto, usaba boquilla, la punta había
sido cortada, pero el corte era disparejo, por lo que deduje que
el cortaplumas no estaba afilado.

-Holmes -le dijo-, ha tejido usted una red en torno de
este hombre, de la que no podrá escapar, y ha salvado una
vida inocente. Es como si hubiera cortado la cuerda con la que
iban a ahorcarle. Ya veo en qué dirección apunta
todo esto: el culpable es…

-El señor John Turner -anunció el camarero
abriendo la puerta de nuestro cuarto de estar y haciendo pasar al
visitante.

El hombre que entró presentaba un aspecto
extraño e impresionante. Su paso, lento y renqueante, y
sus hombros arqueados daban la sensación de decrepitud.
Sin embargo, las líneas de la cara, profundas y duras, y
sus enormes miembros denotaban que poseía una fortaleza
poco común tanto en lo físico como en su
carácter. La barba enmarañada, la cabellera canosa
y las cejas abundantes le daban un aspecto de dignidad y fuerza,
pero la cara era de un blanco ceniciento mientras que los labios
y los ángulos de las ventanas de su nariz adquirían
un tono azulado. A simple vista me di cuenta de que el hombre
estaba atacado por una enfermedad crónica y
mortal."[15]

"-Al razonador ideal -comentó-debería
bastarle un solo hecho, cuando lo ha visto en todas sus
implicaciones, para deducir del mismo no sólo la cadena de
sucesos que han conducido hasta él, sino también
los resultados que habían de seguirse. De la misma manera
que Cuvier sabía hacer la descripción completa de
un animal con el examen de un solo hueso, de igual manera el
observador que ha sabido comprender por completo uno de los
eslabones de toda una serie de incidentes, debe saber explicar
con exactitud todos los demás, los anteriores y los
posteriores. No nos hacemos todavía una idea de los
resultados que es capaz de conseguir la razón por
sí sola. Podríamos resolver mediante el estudio
ciertos problemas cuya solución ha desconcertado por
completo a quienes la buscaron por medio de los sentidos. Sin
embargo, para alcanzar en este arte la cúspide,
necesitaría el razonador saber manejar todos los hechos
que han llegado a conocimiento suyo. Esto implica, como
fácilmente comprenderá usted, la posesión de
todos los conocimientos a que muy pocos llegan, incluso en estos
tiempos de libertad educativa y de enciclopedias. Sin embargo, lo
que no resulta imposible es el que un hombre llegue a poseer
todos los conocimientos que le han de ser probablemente
útiles en su labor, esto es lo que yo me he esforzado por
hacer en el caso mío. Usted, si mal no recuerdo,
concretó, en los primeros días de nuestra amistad,
los límites precisos de esos conocimientos
míos.

-Sí -le contesté, echándome a
reír-. Hice un documento curioso. En filosofía,
astronomía y política le puse a usted cero, lo
recuerdo. En botánica, irregular; en geología,
profundo en lo que toca a manchas de barro cogidas en una zona de
cincuenta millas alrededor de Londres; en química,
excéntrico; en anatomía, asistemático; en
literatura, sensacionalista, y en historia de crímenes,
único; y además, violinista, boxeador, esgrimista,
abogado y auto envenenador por medio de la cocaína y del
tabaco. Esos eran, si mal no recuerdo, los puntos más
notables de mi análisis.

Holmes se sonrió al escuchar la última
calificación, y dijo

"-Digo ahora, como dije entonces, que toda persona
debería tener en el ático de su cerebro el surtido
de mobiliario que es probable que necesite, y que todo lo
demás puede guardarlo en el desván de su
biblioteca, donde puede echarle mano cuando tenga
precisión de algo. Ahora bien: al enfrentarnos con un
problema como el que nos ha sido sometido esta noche, necesitamos
dominar todos nuestros recursos. Tenga usted la bondad de
alcanzarme la letra K de esta enciclopedia norteamericana que hay
en ese estante que tiene a su lado. Gracias. Estudiemos ahora la
situación y veamos lo que de la misma puede deducirse.
Empezaremos con la firme presunción de que el coronel
Openshaw tuvo algún motivo importante para abandonar
Norteamérica. Los hombres, a su edad, no cambian todas,
sus costumbres, ni cambian por gusto suyo el clima encantador de
Florida por la vida solitaria en una ciudad inglesa de
provincias. El extraordinario apego a la soledad que
demostró en Inglaterra sugiere la idea de que
sentía miedo de alguien o de algo; de modo, pues, que
podemos aceptar como hipótesis de trabajo la de que fue el
miedo lo que le empujó fuera de Norteamérica. En
cuanto a lo que él temía, sólo podemos
deducirlo por el estudio de las tremendas cartas que él y
sus herederos recibieron. ¿Se fijó usted en las
estampillas que señalaban el punto de
procedencia?"[16]

"-¿Cómo es que no se los devolvió a
su dueño?

-Mi querido amigo, en eso consiste el problema. Es
cierto que en una tarjetita atada a la pata izquierda del ave
decía «Para la señora de Henry Baker»,
y también es cierto que en el forro de este sombrero
pueden leerse las iniciales «H. B.»; pero como en
esta ciudad nuestra existen varios miles de Bakers y varios
cientos de Henry Bakers, no resulta nada fácil devolverle
a uno de ellos sus propiedades perdidas.

-¿Y qué hizo entonces Peterson?

-La misma mañana de Navidad me trajo el sombrero
y el ganso, sabiendo que a mí me interesan hasta los
problemas más insignificantes. Hemos guardado el ganso
hasta esta mañana, cuando empezó a dar
señales de que, a pesar de la helada, más
valía comérselo sin retrasos innecesarios.
Así pues, el hombre que lo encontró se lo ha
llevado para que cumpla el destino final de todo ganso, y yo sigo
en poder del sombrero del desconocido caballero que se
quedó sin su cena de Navidad.

-¿No puso ningún anuncio?

-No.

-¿Y qué pistas tiene usted de su
identidad?

-Sólo lo que podemos deducir.

-¿De su sombrero?

-Exactamente.

-Está usted de broma. ¿Qué se
podría sacar de esa ruina de fieltro?

-Aquí tiene mi lupa. Ya conoce usted mis
métodos. ¿Qué puede deducir usted referente
a la personalidad del hombre que llevaba esta prenda?

Tomé el pingajo en mis manos y le di un par de
vueltas de mala gana. Era un vulgar sombrero negro de copa
redonda, duro y muy gastado. El forro había sido de seda
roja, pero ahora estaba casi completamente descolorido. No
llevaba el nombre del fabricante, pero, tal como Holmes
había dicho, tenía garabateadas en un costado las
iniciales «H. B.». El ala tenía presillas para
sujetar una goma elástica, pero faltaba ésta. Por
lo demás, estaba agrietado, lleno de polvo y cubierto de
manchas, aunque parecía que habían intentado
disimular las partes descoloridas pintándolas con
tinta.

-No veo nada -dije, devolviéndoselo a mi
amigo.

-Al contrario, Watson, lo tiene todo a la vista. Pero no
es capaz de razonar a partir de lo que ve. Es usted demasiado
tímido a la hora de hacer deducciones.

-Entonces, por favor, dígame qué deduce
usted de este sombrero.

Lo cogió de mis manos y lo examinó con
aquel aire introspectivo tan característico.

-Quizás podría haber resultado más
sugerente -dijo-, pero aun así hay unas cuantas
deducciones muy claras, y otras que presentan, por lo menos, un
fuerte saldo de probabilidad. Por supuesto, salta a la vista que
el propietario es un hombre de elevada inteligencia, y
también que hace menos de tres años era bastante
rico, aunque en la actualidad atraviesa malos momentos. Era un
hombre previsor, pero ahora no lo es tanto, lo cual parece
indicar una regresión moral que, unida a su declive
económico, podría significar que sobre él
actúa alguna influencia maligna, probablemente labebida.
Esto podría explicar también el hecho evidente de
que su mujer ha dejado de amarle.

-¡Pero… Holmes, por favor!

-Sin embargo, aún conserva un cierto grado de
amor propio -continuó, sin hacer caso de mis protestas-.
Es un hombre que lleva una vida sedentaria, sale poco, se
encuentra en muy mala forma física, de edad madura, y con
el pelo gris, que se ha cortado hace pocos días y en el
que se aplica fijador. Éstos son los datos más
aparentes que se deducen de este sombrero. Además, dicho
sea de paso, es sumamente improbable que tenga instalación
de gas en su casa.

-Se burla usted de mí, Holmes.

-Ni muchos menos. ¿Es posible que aún
ahora, cuando le acabo de dar los resultados, sea usted incapaz
de ver cómo los he obtenido?

-No cabe duda de que soy un estúpido, pero tengo
que confesar que soy incapaz de seguirle.

Por ejemplo: ¿de dónde saca que el hombre
es inteligente?

A modo de respuesta, Holmes se encasquetó el
sombrero en la cabeza. Le cubría por completo la frente y
quedó apoyado en el puente de la nariz.

-Cuestión de capacidad cúbica -dijo-. Un
hombre con un cerebro tan grande tiene que tener algo
dentro.

-¿Y su declive económico?

-Este sombrero tiene tres años. Fue por entonces
cuando salieron estas alas planas y curvadas por los bordes. Es
un sombrero de la mejor calidad. Fíjese en la cinta de
seda con remates y en la excelente calidad del forro. Si este
hombre podía permitirse comprar un sombrero tan caro hace
tres años, y desde entonces no ha comprado otro, es
indudable que ha venido a menos.

-Bueno, sí, desde luego eso está claro.
¿Y eso de que era previsor, y lo de la regresión
moral?

Sherlock Holmes se echó a reír.

-Aquí está la precisión -dijo,
señalando con el dedo la presilla para enganchar la
goma

sujetasombreros-. Ningún sombrero se vende con
esto. El que nuestro hombre lo hiciera poner es señal de
un cierto nivel de previsión, ya que se tomó la
molestia de adoptar esta precaución contra el viento. Pero
como vemos que desde entonces se le ha roto la goma y no se ha
molestado en cambiarla, resulta evidente que ya no es tan
previsor como antes, lo que demuestra claramente que su
carácter se debilita. Por otra parte, ha procurado
disimular algunas de las manchas pintándolas con tinta,
señal de que no ha perdido por completo su amor
propio.

-Desde luego, es un razonamiento plausible.

-Los otros detalles, lo de la edad madura, el cabello
gris, el reciente corte de pelo y el fijador, se advierten
examinando con atención la parte inferior del forro. La
lupa revela una gran cantidad de puntas de cabello, limpiamente
cortadas por la tijera del peluquero. Todos están
pegajosos, y se nota un inconfundible olor a fijador. Este polvo,
fíjese usted, no es el polvo gris y terroso de la calle,
sino la pelusilla parda de las casas, lo cual demuestra que ha
permanecido colgado dentro de casa la mayor parte del tiempo; y
las manchas de sudor del interior son una prueba palpable de que
el propietario transpira abundantemente y, por lo tanto,
difícilmente puede encontrarse en buena forma
física.

-Pero lo de su mujer… dice usted que ha dejado de
amarle.

-Este sombrero no se ha cepillado en semanas. Cuando le
vea a usted, querido Watson, con polvo de una semana acumulado en
el sombrero, y su esposa le deje salir en semejante estado,
también sospecharé que ha tenido la desgracia de
perder el cariño de su mujer.

-Pero podría tratarse de un soltero.

-No, llevaba a casa el ganso como ofrenda de paz a su
mujer. Recuerde la tarjeta atada a la pata del ave.

-Tiene usted respuesta para todo. Pero
¿cómo demonios ha deducido que no hay
instalación de gas en su casa?

-Una mancha de sebo, e incluso dos, pueden caer por
casualidad; pero cuando veo nada menos que cinco, creo que
existen pocas dudas de que este individuo entra en frecuente
contacto con sebo ardiendo; probablemente, sube las escaleras
cada noche con el sombrero en una mano y un candil goteante en la
otra. En cualquier caso, un aplique de gas no produce manchas de
sebo. ¿Está usted satisfecho?

-Bueno, es muy ingenioso -dije, echándome a
reír-. Pero, puesto que no se ha cometido ningún
delito, como antes decíamos, y no se ha producido
ningún daño, a excepción del extravío
de un ganso, todo esto me parece un despilfarro de
energía." [17]

"-No es el frío lo que me hace temblar -dijo la
mujer en voz baja, cambiando de asiento como se le
sugería.

-¿Qué es, entonces?

-El miedo, señor Holmes. El terror -al hablar,
alzó su velo y pudimos ver que efectivamente se encontraba
en un lamentable estado de agitación, con la cara gris y
desencajada, los ojos inquietos y asustados, como los de un
animal acosado. Sus rasgos y su figura correspondían a una
mujer de treinta años, pero su cabello presentaba
prematuras mechas grises, y su expresión denotaba fatiga y
agobio. Sherlock Holmes la examinó de arriba abajo con una
de sus miradas rápidas que lo veían
todo.

No debe usted tener miedo -dijo en tono consolador,
inclinándose hacia delante y palmeándole el
antebrazo

-. Pronto lo arreglaremos todo, no le quepa duda. Veo
que ha venido usted en tren esta mañana.

-¿Es que me conoce usted?

-No, pero estoy viendo la mitad de un billete de vuelta
en la palma de su guante izquierdo. Ha salido usted muy temprano,
y todavía ha tenido que hacer un largo trayecto en coche
descubierto, por caminos accidentados, antes de llegar a la
estación.

La dama se estremeció violentamente y se
quedó mirando con asombro a mi
compañero.

-No hay misterio alguno, querida señora
-explicó Holmes sonriendo-. La manga izquierda de su
chaqueta tiene salpicaduras de barro nada menos que en siete
sitios. Las manchas aún están frescas. Sólo
en un coche descubierto podría haberse salpicado
así, y eso sólo si venía sentada a la
izquierda del cochero.

………

-Yo había llegado a una conclusión
absolutamente equivocada -dijo-, lo cual demuestra, querido
Watson, que siempre es peligroso sacar deducciones a partir de
datos insuficientes."[18]

"-Ha sido un caso interesante -comentó Holmes
cuando nuestros visitantes se hubieron marchado-, porque
demuestra con toda claridad lo sencilla que puede ser la
explicación de un asunto que a primera vista parece casi
inexplicable. No podríamos encontrar otro más
inexplicable. Y no encontraríamos una explicación
más natural que la serie de acontecimientos narrada por
esta señora, aunque los resultados no podrían ser
más extraños si se miran, por ejemplo, desde el
punto de vista del señor Lestrade, de Scotland
Yard.

-Así pues, no se equivocaba usted.

-Desde un principio había dos hechos que me
resultaron evidentísimos. El primero, que la novia
había acudido por su propia voluntad a la boda; el otro,
que se había arrepentido a los pocos minutos de regresar a
casa. Evidentemente, algo había ocurrido durante la
mañana que le hizo cambiar de opinión.
¿Qué podía haber sido? No podía haber
hablado con nadie, porque todo el tiempo estuvo acompañada
del novio. ¿Acaso había visto a alguien? De ser
así, tenía que haber sido alguien procedente de
América, porque llevaba demasiado poco tiempo en nuestro
país como para que alguien hubiera podido adquirir tal
influencia sobre ella que su mera visión la indujera a
cambiar tan radicalmente de planes. Como ve, ya hemos llegado,
por un proceso de exclusión, a la idea de que la novia
había visto a un americano. ¿Quién
podía ser este americano, y por qué ejercía
tanta influencia sobre ella? Podía tratarse de un amante;
o podía tratarse de un marido. Sabíamos que
había pasado su juventud en ambientes muy rudos y en
condiciones poco normales. Hasta aquí había llegado
antes de escuchar el relato de lord St. Simon. Cuando éste
nos habló de un hombre en un reclinatorio, del cambio de
humor de la novia, del truco tan transparente de recoger una nota
dejando caer un ramo de flores, de la conversación con la
doncella y confidente, y de la significativa alusión a
«pisarle la licencia a otro», que en la jerga de los
mineros significa apoderarse de lo que otro ha reclamado con
anterioridad, la situación se me hizo absolutamente clara.
Ella se había fugado con un hombre, y este hombre
tenía que ser un amante o un marido anterior; lo
más probable parecía lo último.

-¿Y cómo demonios consiguió usted
localizarlos?

-Podría haber resultado difícil, pero el
amigo Lestrade tenía en sus manos una información
cuyo valor desconocía. Las iniciales, desde luego, eran
muy importantes, pero aún más importante era saber
qué hacía menos de una semana que nuestro hombre
había pagado su cuenta en uno de los hoteles más
selectos de Londres.

-¿De dónde sacó lo de
selecto?

-Por lo selecto de los precios. Ocho chelines por una
cama y ocho peniques por una copa de jerez indicaban que se
trataba de uno de los hoteles más caros de Londres. No hay
muchos que cobren esos precios. En el segundo que visité,
en Northumberland Avenue, pude ver en el libro de registros que
el señor Francis H. Moulton, caballero norteamericano, se
había marchado el día anterior; y al examinar su
factura, me encontré con las mismas cuentas que
habíamos visto en la copia. Había dejado dicho que
se le enviara la correspondencia al 226 de Gordon Square,
así que allá me encaminé, tuve la suerte de
encontrar en casa a la pareja de enamorados y me atreví a
ofrecerles algunos consejos paternales, indicándoles que
sería mucho mejor, en todos los aspectos, que aclararan un
poco su situación, tanto al público en general como
a lord St. Simon en particular. Los invité a que se
encontraran aquí con él y, como ve, conseguí
que también él acudiera a la cita.

-Pero con resultados no demasiado buenos -comenté
yo-. Desde luego, la conducta del caballero no ha sido muy
elegante.

-¡Ah, Watson! -dijo Holmes sonriendo-. Puede que
tampoco usted se comportara muy elegantemente si, después
de todo el trabajo que representa echarse novia y casarse, se
encontrara privado en un instante de esposa y de fortuna. Creo
que debemos ser clementes al juzgar a lord St. Simon, y dar
gracias a nuestra buena estrella, porque no es probable que
lleguemos a encontrarnos en su misma situación. Acerque su
silla y páseme el violín; el único problema
que aún nos queda por resolver es cómo pasar estas
aburridas veladas de otoño."[19]

"Una vieja máxima mía dice que, cuando has
eliminado lo imposible, lo que queda, por muy improbable que
parezca, tiene que ser la verdad."[20]

"-El hombre que ama el arte por el arte -comentó
Sherlock Holmes, dejando a un lado la hoja de anuncios
del Daily Telegraph– suele encontrar los placeres
más intensos en sus manifestaciones más humildes y
menos importantes. Me complace advertir, Watson, que hasta ahora
ha captado usted esa gran verdad, y que en esas pequeñas
crónicas de nuestros casos que ha tenido la bondad de
redactar, debo decir que, embelleciéndolas en algunos
puntos, no ha dado preferencia a las numerosas causes
célebres y procesos sensacionales en los que he
intervenido, sino más bien a incidentes que pueden haber
sido triviales, pero que daban ocasión al empleo de las
facultades de deducción y síntesis que he
convertido en mi especialidad."

…….

Quizá se haya equivocado al intentar
añadir color y vida a sus descripciones, en lugar de
limitarse a exponer los sesudos razonamientos de causa a efecto,
que son en realidad lo único verdaderamente digno de
mención del asunto.

……

-No, no es cuestión de vanidad o egoísmo
-dijo él, respondiendo, como tenía por costumbre, a
mis pensamientos más que a mis palabras-. Si reclamo plena
justicia para mi arte, es porque se trata de algo impersonal…
algo que está más allá de mí mismo.
El delito es algo corriente. La lógica es una rareza. Por
tanto, hay que poner el acento en la lógica y no en el
delito. Usted ha degradado lo que debía haber sido un
curso académico, reduciéndolo a una serie de
cuentos.

……..

-Psé. Querido amigo, ¿qué le
importan al público, al gran público despistado,
que sería incapaz de distinguir a un tejedor por sus
dientes o a un cajista de imprenta por su pulgar izquierdo, los
matices más delicados del análisis y la
deducción?"[21]

"Así fue como me encontré yo, una hora
más tarde, en el rincón de un coche de primera
clase, en route hacia Exeter, a toda velocidad, mientras Sherlock
Holmes, con su cara, angulosa y ávida, enmarcada por una
gorra de viaje con orejeras, se chapuzaba rápidamente, uno
tras otro, en el paquete de periódicos recién
puestos a la venta, que había comprado en Paddington.
Habíamos dejado ya muy atrás a Reading cuando
tiró el último de todos debajo del asiento, y me
ofreció su petaca.

-Llevamos buena marcha -dijo, mirando por la ventanilla
y fijándose en su reloj-. En este momento marchamos a
cincuenta y tres millas y media por hora.

-No me he fijado en los postes que marcan los cuartos de
milla -le contesté.

-Ni yo tampoco. Pero en esta línea los del
telégrafo están espaciados a sesenta yardas el uno
del otro, y el cálculo es sencillo.[22]
¿Habrá leído ya usted algo, me imagino,
sobre ese asunto del asesinato de John Straker y de la
desaparición de Silver
Blaze?"[23]

"Cierto día, en los comienzos de la primavera,
llegó hasta el extremo de holgarse dando conmigo un paseo
por el Park, en el que los primeros blandos brotes de verde
asomaban en las ramas de los olmos y las pegajosas moharras de
los castaños comenzaban a romperse y dejar paso a sus
hojas quíntuples. Vagabundeamos juntos por espacio de dos
horas, en silencio la mayor parte del tiempo, como cumple a dos
hombres que se conocen íntimamente. Eran casi las cinco
cuando nos hallábamos otra vez en Baker Street.

-Con permiso, señor -nos dijo el muchacho, al
abrirnos la puerta-. Estuvo un caballero preguntando por
usted.

Holmes me dirigió una mirada cargada de
reproches, y me dijo:

-Se acabaron los paseos vespertinos. ¿De modo que
ese caballero se marchó?

-Sí, señor.

-¿le invitaste a entrar?

-Sí, señor. El entró.

-¿cuánto tiempo estuvo
esperando?

-Media hora, señor. Estaba muy inquieto,
señor, y no hizo otra cosa que pasearse y patalear
mientras permaneció aquí. Yo le oí porque
estaba de guardia del lado de acá de la puerta.
Finalmente, salió al pasillo, y me gritó:
«¿No va a venir nunca ese hombre?» Esas fueron
sus mismas palabras, señor. «Bastará con que
espere usted un poquito más», le dije. «Pues
entonces, esperaré al aire libre, porque me siento medio
ahogado -me contestó-. Volveré dentro de
poco.» Y dicho esto, se levanta y se marcha, sin que nada
de lo que yo le decía fuese capaz de retenerlo.

-Bueno, bueno; has obrado lo mejor que podías
-dijo Holmes, cuando entrábamos en nuestra
habitación-. Sin embargo, Watson, esto me molesta mucho,
porque necesitaba perentoriamente un caso, y, a juzgar por la
impaciencia de este hombre, se diría que el de ahora es
importante. ¡Hola! Esa pipa que hay encima de la mesa no es
la de usted. Con seguridad que él se la dejó
aquí. Es una bonita pipa de eglantina, con una larga
boquilla de eso que los tabaqueros llaman ámbar. Yo me
pregunto cuántas boquillas de ámbar
auténtico habrá en Londres. Hay quienes toman como
demostración de que lo es el que haya una mosca dentro de
la masa. Pero eso de meter falsas moscas en la masa del falso
ámbar es casi una rama del comercio. Bueno, muy turbado
estaba el espíritu de ese hombre para olvidarse de una
pipa a la que es evidente que él tiene en gran
aprecio.

-¿Cómo sabe usted que él la tiene
en gran aprecio? -le pregunté.

-Veamos. Yo calculo que el precio primitivo de la pipa
es de siete chelines y seis peniques. Fíjese ahora en que
ha sido arreglada dos veces: la una, en la parte de madera de la
boquilla, y la otra, en la parte de ámbar. Las dos
composturas, hechas con aros de plata, como puede usted ver, le
han tenido que costar más que la pipa cuando la
compró. Un hombre que prefiere remendar la pipa a comprar
una nueva con el mismo dinero, es que la aprecia en
mucho.

-¿Nada más? -le pregunté, porque
Holmes daba vueltas a la pipa en su mano y la examinaba con la
expresión pensativa característica en
él.

Holmes levantó en alto la pipa y la golpeó
con su dedo índice, largo y delgado, como pudiera hacerlo
un profesor que está dando una lección sobre un
hueso.

-Las pipas ofrecen en ocasiones un interés
extraordinario -dijo-. No hay nada, fuera de los relojes y de los
cordones de las botas, que tenga mayor individualidad. Sin
embargo, las indicaciones que hay en ésta no son muy
importantes ni muy marcadas. El propietario de la misma es,
evidentemente, un hombre musculoso, zurdo, de muy, buena
dentadura, despreocupado y que no necesita ser
económico.

Mi amigo largó todos estos datos como al
desgaire; pero me fijé en que me miraba con el rabillo del
ojo para ver si yo seguía su razonamiento.

-¿De modo que usted considera como de buena
posición a un hombre que emplea para fumar una pipa de
siete chelines? -le pregunté.

-Este tabaco es la mezcla Grosvenor, y cuesta ocho
peniques la onza -contestó Holmes, sacando a golpecitos
una pequeña cantidad de la cazoleta sobre la palma de su
mano-. Como es posible comprar tabaco excelente a la mitad de ese
precio, está claro que no necesita economizar.

-¿Y los demás puntos de que
habló?

-Este hombre tiene la costumbre de encender la pipa en
las lámparas y en los picos de gas. Fíjese que
está completamente chamuscada de arriba abajo por un lado.
Claro está que esto no le habría ocurrido de
haberla encendido con una cerilla. ¿Cómo va nadie a
aplicar una cerilla al costado de su pipa? Pero no es posible
encenderla en una lámpara sin que la cazoleta de la pipa
resulte chamuscada. Esto le ocurre a esta pipa en el lado
derecho, y de ello deduzco que este hombre es zurdo. Acerque
usted su propia pipa a la lámpara y verá con
qué naturalidad, usted, que es diestro, aplica el lado
izquierdo a la llama Es posible que le ocurra una vez hacer lo
contrario, pero no constantemente. Esta pipa ha sido aplicada
siempre de esa forma. Además, los dientes del fumador han
penetrado en el ámbar. Esto denota que se trata de un
hombre musculoso, enérgico y con buena dentadura Pero, si
no me equivoco, le oigo subir por las escaleras, de manera que
vamos a tener algo más interesante que su pipa como tema
de estudio.

Un instante después se abrió la puerta y
entró un hombre alto y joven. Vestía traje
correcto, pero poco llamativo, de color gris oscuro, y llevaba en
la mano un sombrero pardo de fieltro, blando y de casco bajo. Yo
le habría calculado unos treinta años, aunque, en
realidad, tenía alguno más.

-Ustedes perdonen -dijo con cierto embarazo-. Me
olvidé de llamar. Sí, porque debí haber
llamado. La verdad es que estoy un poco trastornado, y pueden
ustedes atribuirlo a eso.

Se pasó la mano por la frente como quien
está medio aturdido, y, acto continuo, se dejó caer
en la silla, más bien que se sentó.

-Veo que usted lleva una o dos noches sin dormir -le
dijo Holmes con su simpática familiaridad-. El no dormir
agota los nervios más que el trabajo, y aún
más que el placer. ¿En qué puedo servir a
usted?

-Quería que me diese consejo. No sé
qué hacer, y parece como si mi vida se hubiese hecho
pedazos.

-¿Desea usted emplearme como detective
consultor?

-No es eso sólo. Necesito su opinión de
hombre de buen criterio…, de hombre de mundo. Necesito saber
qué pasos tengo que dar inmediatamente. ¡Quiera Dios
que usted pueda decírmelo!

Se expresaba en estallidos cortos, secos y nerviosos, y
me pareció que incluso el hablar le resultaba doloroso,
haciéndolo únicamente porque su voluntad se
sobreponía a su tendencia.

-Se trata de un asunto muy delicado -dijo-. A uno le
molesta tener que hablar a gentes extrañas de sus propios
problemas domésticos. Es angustioso el discutir la
conducta de mi propia mujer con dos hombres a los que no
conocía hasta ahora. Es horrible tener que hacer semejante
cosa. Pero yo he llegado al límite extremo de mis fuerzas,
y necesito consejo.

-Mi querido señor Grant Munro… -empezó a
decir Holmes.

Nuestro visitante se puso en pie de un salto,
exclamando:

-¡Cómo! ¿Sabe usted cómo me
llamo?

-Me permito apuntarle la idea de que cuando usted desee
conservar el incógnito -le dijo Holmes, sonriente-, deje
de escribir su nombre en el forro de su sombrero, o, si lo
escribe, vuelva la parte exterior del caso hacia la persona con
quien está usted hablando. Yo iba a decirle que mi amigo y
yo hemos escuchado en esta habitación muchas confidencias
extraordinarias y que hemos tenido la buena suerte de llevar la
paz a muchas almas conturbadas. Confío en que nos
será posible hacer lo mismo en favor de usted. Como
quizá el tiempo pueda ser un factor importante, yo le
ruego que me exponga sin más dilación todos los
hechos referentes a su asunto."[24]

"-Mi querido Watson -dijo Holmes, entrando en la
habitación-, estoy sumamente encantado de verlo.
¿Se ha recobrado ya por completo la señora Watson
de sus pequeñas emociones relacionadas con nuestra
aventura del Signo de los Cuatro?

-Gracias. Ella y yo nos encontramos muy bien -le dije,
dándole un caluroso apretón de manos.

-Espero también -prosiguió él,
sentándose en la mecedora -que las preocupaciones de la
medicina activa no hayan borrado por completo el interés
que usted solía tomarse por nuestros pequeños
problemas deductivos.

-Todo lo contrario -le contesté-. Anoche mismo
estuve revisando mis viejas notas y clasificando algunos de los
resultados conseguidos por nosotros.

-Confío en que no dará usted por conclusa
su colección.

-De ninguna manera. Nada me sería más
grato que ser testigo de algunos hechos más de esa
clase.

-¿Hoy, por ejemplo?

-Sí; hoy mismo, si así le
parece.

-¿Aunque tuviera que ser en un lugar tan alejado
de Londres como Birmingham?

-Desde luego, si usted lo desea.

-¿Y la clientela?

-Yo atiendo a la del médico vecino mío
cuando él se ausenta, y él está siempre
dispuesto a pagarme esa deuda.

-¡Pues entonces la cosa se presenta que ni de
perlas! -dijo Holmes, recostándose en su silla y
mirándome fijamente por entre sus párpados medio
cerrados -. Por lo que veo, ha estado usted enfermo
últimamente. Los catarros de verano resultan siempre algo
molestos.

-La semana pasada tuve que recluirme en casa durante
tres días, debido a un fuerte resfriado.

Pero estaba en la creencia de que ya no me quedaba
rastro alguno del mismo.

-Así es, en efecto. Su aspecto es
extraordinariamente fuerte.

-¿Cómo, pues, supo usted lo del
catarro?

-Ya conoce usted mis métodos, querido
compañero.

-¿De modo que usted lo adivinó por
deducción?

-Desde luego.

-¿Y de qué lo dedujo?

-De sus zapatillas.

Yo bajé la vista para contemplar las nuevas
zapatillas de charol que tenía puestas.

-Pero ¿cómo diablos?… -empecé a
decir.

Holmes contestó a mi pregunta antes que yo la
formulase, diciéndome:

-Calza usted zapatillas nuevas, y seguramente que no las
lleva sino desde hace unas pocas semanas. Las suelas, que en este
momento expone usted ante mi vista, se hallan levemente
chamuscadas. Pensé por un instante que quizá se
habían mojado y que al ponerlas a secar se quemaron. Pero
veo cerca del empeine una pequeña etiqueta redonda con los
jeroglíficos del vendedor. La humedad habría
arrancado, como es natural, ese papel. Por consiguiente, usted
había estado con los pies estirados hasta cerca del fuego,
cosa que es difícil que una persona haga, ni siquiera en
un mes de junio tan húmedo como este, estando en plena
salud.

Al igual que todos los razonamientos de Holmes, este de
ahora parecía sencillo una vez explicado. Leyó este
pensamiento en mi cara, y se sonrió con un asomo de
amargura.

-Me temo que, siempre que me explico, no hago sino
venderme a mí mismo -dijo Holmes-. Los resultados
impresionan mucho más cuando no se ven las causas.
¿De modo, pues, que está usted listo para venir a
Birmingham?

-Desde luego. ¿De qué índole es el
caso?

-Lo sabrá usted todo en el tren. Mi cliente
está ahí fuera, esperando dentro de un coche de
cuatro ruedas. ¿Puede usted venir ahora mismo?

-Dentro de un instante.

Garrapateé una carta para mi convecino,
eché a correr luego escalera arriba para explicarle a mi
mujer lo que ocurría, y me reuní con Holmes en el
umbral de la puerta de la calle.

-¿De modo que su convecino es médico? -me
preguntó, señalándome con un ademán
de la cabeza la chapa de metal.

-Sí. Compró una clientela, lo mismo que
hice yo.

-¿De algún médico que llevaba mucho
tiempo ejerciendo?

-Igual que en el caso mío. Ambos se hallaban
establecidos aquí desde que se construyeron las
casas.

-Pero usted compró la mejor clientela,
¿verdad?

-Creo que sí. Pero ¿cómo lo sabe
usted?

-Por los escalones de la puerta, muchacho. Los de usted
están gastados en una profundidad de tres pulgadas
más que los del otro. Pero este caballero que está
dentro del coche es mi cliente, el señor Hall Pycroft.
Permítame que lo presente a él. Cochero, arree a su
caballo, porque tenemos el tiempo justo para llegar al
tren."[25]

"»Una tarde, poco después de mi llegada,
saboreábamos un vasito de oporto como remate de la cena,
cuando el joven Trevor empezó a hablar acerca de aquellos
hábitos de observación y deducción que yo ya
había convertido en un sistema, aunque todavía no
había reconocido el papel que habrían de
desempeñar en mi vida. Evidentemente, el anciano
creyó que su hijo exageraba en su descripción de un
par de hechos triviales que yo había
protagonizado.

»-Vamos, señor Holmes -me dijo,
riéndose con ganas-, yo soy un excelente sujeto, si es que
puede deducir algo de mí.

»-Temo que no haya gran cosa -contesté yo-.
Pero podría sugerir que en los doce últimos meses
ha temido usted algún ataque personal.

»La risa desapareció de sus labios y me
miró con viva sorpresa.

»-Pues es la pura verdad -dijo-. Tú ya
sabes, Víctor -añadió, volviéndose
hacia su hijo-, que cuando dispersamos aquella pandilla de
cazadores furtivos, juraron apuñalarnos, y de hecho sir
Edward Hoby ha sido agredido. Desde entonces, yo siempre me he
mantenido en guardia, pero no tengo la menor idea de cómo
puede usted saberlo.

»-Tiene un bastón muy elegante,
señor Trevor -respondí-. Por la inscripción,
he observado que no hace más de un año que obra en
su poder. Pero se ha tomado usted el trabajo de agujerear su
puño y verter plomo derretido en el orificio, a fin de
convertirlo en un arma formidable. He deducido que no
tomaría tales precauciones si no temiera algún
peligro.

»-¿Algo más? -preguntó,
sonriendo.

»-En su juventud, usted practicó
muchísimo el boxeo.

»-¡Ha acertado otra vez! ¿Y
cómo lo ha sabido? ¿Acaso tengo la nariz algo
desviada?

»-No -contesté-. Se trata de sus orejas.
Presentan el aplastamiento y la hinchazón peculiares que
delatan al boxeador.

»-¿Algo más?

»-A juzgar por sus callosidades, se ha dedicado de
firme a cavar.

»-Gané todo mi dinero en los campos
auríferos. »-También ha estado en Nueva
Zelanda.

»-De nuevo ha acertado.

»-Ha visitado Japón.

»-Cierto.

»-Y ha estado usted íntimamente asociado
con alguien cuyas iniciales eran J.A., una persona a la que
después quiso olvidar por completo.

»El señor Trevor se levantó
lentamente, clavó en mi sus grandes ojos azules con una
mirada extraña, desenfocada, y acto seguido se
desplomó, víctima de un profundo desmayo,
sepultando la cara entre las cáscaras de nuez que
cubrían el mantel.

»Puede imaginar, Watson, cuál fue la
impresión que esto nos causó a su hijo y a
mí. Sin embargo, el ataque no duró mucho, y cuando
le desabrochamos el cuello de la camisa y rociamos su cara con el
agua de un vaso, dio un par de boqueadas y se
incorporó.

»-¡Ay, muchachos! -dijo, esforzándose
en sonreír-. Espero no haberos dado un susto. Pese a
parecer tan fuerte, hay un punto débil en mi
corazón y no se necesita gran cosa para ponerme fuera de
combate. No sé cómo se las arregla usted,
señor Holmes, pero tengo la impresión de que todos
los detectives de la realidad y la ficción serían
como chiquillos en sus manos. Este es su camino en la vida,
señor, y puede creer en las palabras de un hombre que ha
visto un poco el mundo.

»Y esta recomendación, junto con la
exagerada estimación de mis facultades que la
precedió, fue, puede usted creerme, Watson, lo primero que
me hizo pensar que cabía convertir en profesión lo
que hasta entonces había sido mera afición. En
aquel momento, sin embargo, a mí me preocupaba demasiado
el súbito desvanecimiento de mi anfitrión para
pensar en nada más.

»-Espero no haber dicho nada que le haya
disgustado -murmure.

»-Desde luego, me ha tocado en un punto de lo
más sensible. ¿Puedo preguntarle cómo lo
sabe y qué es lo que sabe?

»Hablaba en un tono como medio en broma, pero en
el fondo de sus ojos todavía había una
expresión de terror.

»-No puede ser más sencillo
-contesté-. Cuando se arremangó un brazo para meter
aquel pez en la barca, vi que le habían tatuado
«J.A.» en el brazo. Las letras todavía eran
legibles, pero se veía bien a las claras, a juzgar por su
apariencia borrosa y por el teñido de la piel a su
alrededor, que se hablan hecho esfuerzos conducentes a su
desaparición. Era obvio, pues, que en otro tiempo aquellas
iniciales habían sido muy familiares y que,
posteriormente, había querido olvidarlas.

»-¡Qué vista tiene usted,
señor Holmes! -exclamó con un suspiro de alivio-.
Es tal como usted dice, pero no hablaremos de ello. Entre todos
los fantasmas, los de nuestros viejos amores son los peores.
Venga a la sala de billar y fume tranquilamente un
cigarro.

»A partir de aquel día, y a pesar de toda
su cordialidad, siempre hubo una nota de suspicacia en la actitud
del señor Trevor conmigo. Hasta su hijo se dio cuenta.
«Le diste tal susto al jefe -me dijo- que nunca más
volverá a estar seguro de lo que sabes y de lo que no
sabes.»"[26]

"Una noche de verano, pocos meses después de
casarme, estaba sentado ante mi chimenea, fumando una
última pipa y dando cabezadas sobre una novela, pues mi
jornada de trabajo había sido agotadora. Mi esposa
había subido ya, y el ruido al cerrarse con llave la
puerta de entrada, un rato antes, me indicó que
también los sirvientes se habían retirado.
Había abandonado mi asiento y estaba vaciando la ceniza de
mi pipa, cuando oí de pronto un campanillazo.

Miré el reloj. Eran las doce menos cuarto. A una
hora tan tardía no podía tratarse de un
visitante.

Un paciente, desde luego, y posiblemente toda la noche
en vela. Torciendo el gesto, me dirigí al recibidor y
abrí la puerta. Con gran asombro por mi parte, era
Sherlock Holmes quien se encontraba en la entrada.

-Vaya, Watson -dijo-, ya esperaba yo llegar a tiempo
para encontrarle todavía levantado.

-Adelante, por favor, mi querido amigo.

-¡Parece sorprendido y no me extraña!
¡Y aliviado también, diría yo! ¡Hum!
¿O sea que todavía fuma aquella mezcla Arcadia de
sus tiempos de soltero? Esta ceniza esponjosa en su chaqueta es
inconfundible. Es fácil observar que estaba usted
acostumbrado a vestir uniforme, Watson; nunca se le podrá
tomar por un paisano de pura raza mientras conserve el
hábito de guardar el pañuelo en su manga.
¿Puede darme alojamiento por esta noche?

-Con mucho gusto.

-Me dijo que tenía una habitación
individual para soltero, y veo que en este momento no hay
ningún visitante varón. Así lo proclaman los
ganchos para sombreros en su perchero.

-Me complacerá mucho que se quede.

-Gracias. Llenaré, pues, un colgador vacante.
Lamento ver que ha tenido un operario británico en casa.
Los envía el demonio.

¿No sería un problema de desagües,
espero?

-No, el gas.

-¡Ah! Ha dejado dos marcas de clavos de su bota en
su linóleo, precisamente allí donde da la luz. No,
gracias, he cenado algo en Waterloo, pero gustosamente
fumaré una pipa con usted.

Le ofrecí mi bolsa de tabaco y él se
sentó frente a mí; durante un rato fumé en
silencio. Yo sabía perfectamente que sólo un asunto
de importancia podía haberle traído a mi casa a
semejante hora, de modo que esperé con paciencia que
decidiera abordarlo.

-Veo que en estos momentos está muy ocupado
profesionalmente -comentó, dirigiéndome una mirada
penetrante.

-Sí, he tenido un día atareado
-contesté-. Tal vez a usted le parezca una necedad
-añadí-, pero de hecho no sé cómo lo
ha podido deducir.

Holmes se rió para sus adentros.

-Tengo la ventaja de conocer sus costumbres, mi querido
Watson -dijo-. Cuando su ronda es breve va usted a pie, y cuando
es larga toma un coche de alquiler. Ya que percibo que sus botas,
aunque usadas, nada tienen de sucias, no me cabe duda de que
últimamente su trabajo ha justificado tomar el
coche.

-¡Excelente! -exclame.

-Elemental -dijo
él-."[27]

"Yo estaba cansado de nuestra pequeña sala de
estar y asentí con placer, mientras me protegía del
aire nocturno con una bufanda subida hasta la nariz. Durante tres
horas caminamos los dos, observando el caleidoscopio siempre
cambiante de la vida, con sus mareas menguante y creciente a lo
largo de Fleet Street y del Strand. Holmes se había
despojado de su malhumor temporal, y su conversación
característica, con su aguda observación de los
detalles y sutil capacidad deductiva, me mantenía
divertido y subyugado. Dieron las diez antes de que
llegáramos a Baker Street. Un brougham esperaba ante
nuestra puerta.

-¡Hum! Un médico… y de medicina general,
según veo -comentó Holmes-. No lleva largo tiempo
en el oficio, pero tiene mucho trabajo. ¡Supongo que ha
venido a consultarnos! ¡Es una suerte que hayamos
vuelto!

Yo estaba suficientemente familiarizado con los
métodos de Holmes para poder seguir su razonamiento, y ver
que la índole y el estado de los diversos instrumentos
médicos en el cesto de mimbre colgado junto al farolillo
dentro del coche le había proporcionado los datos para su
rápida deducción. La luz de nuestra ventana,
arriba, denotaba que esta tardía visita nos estaba
efectivamente dedicada. Con cierta curiosidad respecto a
qué podía habernos enviado un colega médico
a semejantes horas, seguí a Holmes hasta nuestro
sanctum.

Un hombre de cara pálida y flaca, con rubias
patillas, se levantó de su asiento junto al fuego apenas
entramos nosotros. Su edad tal vez no rebasara los treinta y tres
o treinta y cuatro años, pero su semblante ojeroso y el
color poco saludable de su tez indicaban una existencia que le
había minado el vigor y le había despojado de su
juventud. Sus ademanes eran tímidos y nerviosos, como los
de un hombre muy sensible, y la mano blanca y delgada que apoyaba
en la repisa de la chimenea era la de un artista más bien
que la de un cirujano. Su indumentaria era discreta y oscura:
levita negra, pantalones gris marengo y un toque de color en su
corbata.

-Buenas noches, doctor -le saludó Holmes
afablemente-. Me tranquiliza ver que sólo lleva unos
minutos esperando.

-¿Ha hablado con mi cochero, pues?

-No, me lo ha dicho la vela en la mesa lateral. Le ruego
que vuelva a sentarse y me haga saber en qué puedo
servirle."[28]

"-Los dos hombres se sentaron junto a la ventana mirador
del club-. Este es el lugar adecuado para todo aquél que
quiera estudiar la humanidad -dijo Mycroft-. ¡Mira
qué tipos tan magníficos!

Fíjate, por ejemplo, en esos dos hombres que
vienen hacia nosotros.

-¿El jugador de billar y el otro?

-Precisamente. ¿Qué sacas en limpio del
otro?

Los dos hombres se habían detenido frente a la
ventana. Unas marcas de yeso sobre el bolsillo del chaleco eran
las únicas señales de billar que pude ver en uno de
ellos. El otro era un individuo bajo y muy moreno, con el
sombrero echado hacia atrás y varios paquetes bajo el
brazo.

-Un militar veterano, por lo que veo -dijo
Sherlock.

-Y licenciado hace muy poco tiempo -observó su
hermano-. Con graduación de suboficial.

-Artillería Real, diría yo
-señaló Sherlock.

-Y viudo.

-Pero con un crío de poca edad.

-Críos, muchacho, críos.

-Vamos -exclamé yo, riéndome-, creo que
esto ya es demasiado.

-Seguramente -repuso Holmes- no sea tan difícil
decir que un hombre con este porte, una expresión de
autoridad y una piel tostada por el sol es un militar, algo
más que soldado raso y que ha llegado de la India no hace
mucho tiempo.

-Que ha dejado el servicio hace poco lo demuestra el
hecho de que todavía lleve sus «botas de
munición», como suelen llamarlas -observó
Mycroft.

-No tiene el paso inseguro del soldado de
caballería y, sin embargo, llevaba su gorra inclinada a un
lado, como lo demuestra la piel más clara en ese lado de
la frente. Su peso no es el propio del soldado de ingenieros. Ha
servido en artillería.

-Y, desde luego, su luto riguroso muestra que ha perdido
a un ser muy querido. El hecho de que haga él mismo sus
compras da a entender que se trató de su esposa. Observa
que ha estado comprando cosas para los chiquillos. Lleva un
sonajero, lo que indica que uno de ellos es muy pequeño.
Probablemente su mujer muriera al dar a luz. Y el hecho de que
lleve bajo el brazo un cuaderno para pintar denota que hay otro
pequeño en el que ha de pensar.

Empecé a comprender lo que quería decir mi
amigo al asegurar que su hermano poseía unas facultades
todavía más notables que las suyas. Me miró
de soslayo y sonrió. Mycroft tomó un poco de
rapé de una cajita de concha y sacudió el polvillo
caído en su chaqueta, con ayuda de un gran pañuelo
de seda roja."[29]

"Tras expresar su excéntrica protesta, Sherlock
Holmes se arrellanó en su sillón, y estaba
desplegando el periódico de la mañana con aire
despreocupado cuando a ambos nos sobresaltó un tremendo
campanillazo en la puerta, seguido de inmediato por un fuerte
repiqueteo, como si alguien estuviera aporreando con los
puños la puerta de la calle. Cuando ésta se
abrió, oímos una ruidosa carrera a través
del vestíbulo v unos pasos que subían a toda prisa
las escaleras. Un instante después, irrumpía en
nuestra habitación un joven excitadísimo, con los
ojos desorbitados, desmelenado y jadeante. Nos miró
primero al uno y luego al otro, y al advertir nuestras miradas
inquisitivas cayó en la cuenta de que debía ofrecer
algún tipo de excusas por su desaforada
entrada.

-Lo siento, señor Holmes -exclamó-. Le
ruego que no se ofenda. Estoy a punto de volverme loco.
Señor Holmes, soy el desdichado John Hector
McFarlane.

Hizo esta presentación como si sólo con el
nombre bastara para explicar su visita y sus modales, pero por el
rostro impasible de mi compañero me di cuenta de que
aquello le decía tan poco a él como a
mí.

-Tome un cigarrillo, señor McFarlane -dijo
Holmes, empujando su pitillera hacia él-. Estoy seguro de
que, a la vista de sus síntomas, mi amigo el doctor Watson
le recomendaría un sedante. Ha hecho tanto calor estos
últimos días… Ahora, si se siente usted
más tranquilo, le agradecería que tomara asiento en
esa silla y nos contara muy despacio y con mucha calma
quién es usted y qué desea. Ha pronunciado usted su
nombre como si yo tuviera necesariamente que conocerlo, pero le
aseguro que, aparte de los hechos evidentes de que es usted
soltero, procurador, masón y asmático, no sé
nada en absoluto de usted.

Habituado como estaba a los métodos de mi amigo,
no me resultó difícil seguir sus deducciones y
observar el atuendo descuidado, el legajo de documentos legales,
el amuleto del reloj y la respiración jadeante en que se
había basado. Sin embargo, nuestro cliente se quedó
boquiabierto.

………..

Holmes había recogido las hojas que formaban el
borrador del testamento y las estaba examinando, con el
más vivo interés reflejado en su rostro.

-Este documento tiene su miga, ¿no cree usted,
Lestrade? -dijo, pasándole los papeles.

El inspector los miró con expresión de
desconcierto.

-Las primeras líneas se leen bien, y
también éstas del centro de la segunda
página, y una o dos al final. Tan claro como si fuera
letra de imprenta -dijo-. Pero entre medias está muy mal
escrito, y hay tres partes donde no se entiende nada.

-¿Y qué saca de eso? -preguntó
Holmes.

-Bueno, ¿qué saca usted?

-Que se escribió en un tren; la buena letra
corresponde a las estaciones, la mala letra al tren en
movimiento, y la malísima al paso por los cambios de
agujas. Un experto científico dictaminaría en el
acto que se escribió en una línea suburbana, ya que
sólo en las proximidades de una gran ciudad puede haber
una sucesión tan rápida de cambios de agujas. Si
suponemos que la redacción del testamento ocupó
todo el viaje, entonces se trataba de un tren expreso, que
sólo se detuvo una vez entre Norwood y el Puente de
Londres.

Lestrade se echó a reír.

-Me abruma usted cuando empieza con sus teorías,
señor Holmes -dijo-. ¿Qué relación
tiene esto con el caso?"[30]

"Holmes llevaba varias horas sentado en silencio, con su
larga y delgada espalda doblada sobre un recipiente
químico en el que hervía un preparado
particularmente maloliente. Tenía la cabeza caída
sobre el pecho y, desde donde yo lo miraba, parecía un
pajarraco larguirucho, con plumaje gris mate y un copete
negro.

-Y bien, Watson -dijo de repente-, ¿de modo que
no piensa usted invertir en valores sudafricanos?

Di un respingo de sorpresa. Aunque estaba acostumbrado a
las asombrosas facultades de Holmes, aquella repentina
intromisión en mis pensamientos más íntimos
resultaba completamente inexplicable.

-¿Cómo demonios sabe usted eso?-
pregunté.

Holmes dio media vuelta sin levantarse de su banqueta,
con un humeante tubo de ensayo en la mano y un brillo
burlón en sus hundidos ojos.

-Vamos, Watson, confiese que se ha quedado completamente
estupefacto.

-Así es.

-Debería hacerle firmar un papel
reconociéndolo.

-¿Por qué?

-Porque dentro de cinco minutos dirá usted que
todo era sencillísimo.

-Estoy seguro de que no diré nada
semejante.

-Verá usted, querido Watson -colocó el
tubo de ensayo en su soporte y comenzó a disertar con el
aire de un profesor dirigiéndose a su clase-, la verdad es
que no resulta muy difícil construir una cadena de
inferencias, cada una de las cuales depende de la anterior y es,
en sí misma, muy sencilla.

Si después de hacer eso se suprimen todas las
inferencias intermedias y sólo se le presentan al
público el punto de partida v la conclusión, se
puede conseguir un efecto sorprendente, aunque puede que un tanto
chabacano. Pues bien: lo cierto es que no resultó muy
difícil, con sólo inspeccionar el surco que separa
su dedo pulgar del índice, deducir con toda seguridad que
no tiene usted intención de invertir su modesto capital en
las minas de oro.

-No veo ninguna relación.

-Seguro que no; pero se la voy a hacer ver en seguida.
He aquí los eslabones que faltan en la sencillísima
cadena: Uno: cuando regresó anoche del club, tenía
usted tiza entre el dedo pulgar y el índice. Dos: Usted se
aplica tiza en ese lugar cuando juega al billar, para dirigir el
taco. Tres: Usted no juega al billar más que con Thurston.
Cuatro: Hace cuatro semanas, me dijo usted que Thurston
tenía una opción para comprar ciertas acciones
sudafricanas, que expiraría al cabo de un mes y que
deseaba compartir con usted. Cinco: Su talonario de cheques
está guardado en mi escritorio y no me ha pedido usted la
llave. Seis: Por tanto, no tiene usted intención de
invertir su dinero en este negocio.

-¡Pero si es sencillísimo!
-exclamé.

-Ya lo creo -dijo él, un poco escocido-. Todos
los problemas le parecen infantiles después de que se los
hayan explicado. Pues aquí tiene uno sin
explicación. A ver qué saca usted de esto, amigo
Watson."[31]

"Mi amigo, que valoraba la precisión y
concentración del pensamiento por encima de todas las
cosas, no soportaba que nada distrajera su atención del
asunto que se traía entre manos. Sin embargo, so pena de
incurrir en grosería, lo cual no hubiera sido propio de
él, resultaba imposible negarse a escuchar la historia de
aquella mujer joven y guapa, alta, simpática y
distinguida, que se presentó en Baker Street a
última hora de la tarde, solicitando su ayuda y consejo.
De nada sirvió insistir en que se encontraba completamente
ocupado, ya que la joven había venido absolutamente
decidida a contar su historia, y resultaba evidente que
sólo por la fuerza podríamos sacarla de la
habitación antes de que lo hubiera hecho. Con
expresión resignada y una cierta sonrisa de fastidio,
Holmes rogó a la bella intrusa que tomara asiento y nos
informara de aquello que tanto la preocupaba.

-Al menos, sabemos que no se trata de su salud -dijo,
clavando en ella sus penetrantes ojos-. Una ciclista tan
entusiasta debe estar rebosante de energía.

La joven, sorprendida, se miró los pies, y yo
pude observar la ligera rozadura producida en un lado de la suela
por la fricción con el borde del pedal.

-Sí, señor Holmes, monto mucho en
bicicleta, y eso tiene algo que ver con esta visita que le
hago.

Mi amigo tomó la mano sin guante de la joven y la
examinó con tanta atención y tan poco sentimiento
como un científico examinando una muestra.

Partes: 1, 2, 3
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